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Porque los ríos son las arterias de la naturaleza, sin las cuales la vida se desvanecería.
Porque con paciencia y perseverancia, lo pequeño se torna inmenso.
Porque la curiosidad es la mejor guía en el viaje de la vida.

¿Qué nos impulsa a hacer cosas?

En mi caso, fue indudablemente la curiosidad la que me llevó a ver in situ esos lugares que en un mapa no son más que el inicio y el final de una línea dibujada y que de pequeños recitábamos en el colegio: “El Ebro nace en Fontibre...” Pero, ¿cómo son realmente? Al fin y al cabo, la curiosidad no es más que el deseo de descubrir por nosotros mismos, de conocer por nuestros propios medios, de buscar la verdad allá donde esté, para finalmente convertir la búsqueda, que no es sino el proceso de conocer, en algo importante en sí mismo.

Y así, el nacimiento y la desembocadura de estos ríos se convirtieron en una metáfora de ese proceso de búsqueda, de crecimiento, de esfuerzo y perseverancia que, de la misma forma que lleva a un río de ser un pequeño e intrépido arroyo a un majestuoso y sereno cauce, nos ha de conducir a nosotros a nuestro propio crecimiento personal, del que tenemos la obligación de no renunciar.

Finalmente, cualquier desarrollo personal implica inexorablemente cuidar y respetar nuestro entorno natural, por la contundente razón de que formamos parte de él. Ningún desarrollo es tal si conlleva una degradación de la Naturaleza, porque ello significaría una degradación de nosotros mismos.

Este proyecto fue el origen de la exposición "Los Ríos de la Vida", que tuvo lugar en Salamanca en Marzo de 2019 y en Hoyos (Cáceres) en noviembre de 2019.

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